La guerra terminó al fin.
Salí de mi escondite por primera vez en muchos años. Tantos que había perdido la cuenta. Había sobrevivido gracias a mi condición de inmortal y las ratas que vagaban siempre por el subsuelo, ingonrando la inminente muerte que les esperaba.
En cuanto puse un pie en el suelo que recubria la superficie terrestre mi cabeza se alzó a cielo nocturno. No había nubes que entorpeciesen la magnifica visión que eran la luna y las estrellas.
Durante unos minutos dejé que la suave luz blanquecina bañara mi piel, del mismo color que ésta. Era maravilloso poder respirar de nuevo el fresco aire nocturno de Gran Bretaña.
Caminé varios kilómetros hacia la ciudad que había sido mi hogar antes de la guerra que estaba destinada a destruir el mundo. Esperaba que eso no hubiera sucedido en realidad. Cuando por fin llegué alli, una tumba y un cráneo humano eran el cartel de bienvenida. Londres ya no era la ciudad que yo conocía.
Había llegado a la ciudad de la muerte.
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